sábado, 20 de septiembre de 2008

EL CATECISMO RESPONDE...




¿Para que nos creó Dios?

1 Dios, infinitamente Perfecto y Bienaventurado en sí mismo, en un designio de pura bondad ha creado libremente al hombre para que tenga parte en su vida bienaventurada. Por eso, en todo tiempo y en todo lugar, está cerca del hombre. Le llama y le ayuda a buscarlo, a conocerle y a amarle con todas sus fuerzas. Convoca a todos los hombres, que el pecado dispersó, a la unidad de su familia, la Iglesia. Lo hace mediante su Hijo que envió como Redentor y Salvador al llegar la plenitud de los tiempos. En él y por él, llama a los hombres a ser, en el Espíritu Santo, sus hijos de adopción, y por tanto los herederos de su vida bienaventurada.

Los obispos sucesores de los Apóstoles


EXPOSICIÓN BÍBLICA
Por Juan Leal, S. I.

El n.20 de la constitución dogmática trata de los obispos como sucesores de los apóstoles. Juzgamos muy útil presentar ante todo una síntesis bíblica de la función y misión episcopal como se contiene en el Nuevo Testamento. Atenderemos a su ser y fundamento teológico, que cimienta nuestra fe y respeto a la autoridad, y dejaremos el aspecto ascético y pastoral, que afecta a los propios pastores en sus relaciones de enorme responsabilidad ante Cristo y ante la Iglesia. Este aspecto ascético y pastoral se resume en aquella sentencia de Cristo: «He venido a servir y no a ser servido» (Mt 20,28), y en la lección que sacó del simbolismo del lavatorio: «Si yo, el Señor y Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavar los pies unos a otros» (Io 13,14). Que era tanto como decir que la misión de enseñar, gobernar y santificar que les confiaba, como a enviados suyos, debía enmarcarse en un corazón auténticamente humilde y caritativo, en un servicio humilde y sacrificado.

Dejando, pues, el aspecto pastoral y ascético del número, que es, sobre todo, para ser meditado a la luz de los ejemplos de Cristo y de los dos grandes apóstoles, San Pedro y San Pablo, la panorámica bíblica de nuestro trabajo tendrá las siguientes líneas:

1) La institución y actuación del colegio de los Doce. Hecho bíblicamente bien comprobado y fundamento de toda la jerarquía eclesiástica.

2) La sucesión en general, sin precisar ni su medida horizontal (funciones o poderes que permanecen) ni su línea vertical (personas que suceden). Hecho también bíblicamente claro.

3) La sucesión en particular, concretando tanto la línea horizontal de las funciones y poderes que se transmiten como las personas que suceden a los Doce. La respuesta bíblica es aquí menos precisa, y necesita la luz de la historia eclesiástica.
I. La institución y actuación del colegio de los Doce

Como se trata de un hecho histórico suficientemente claro en el N. T., nos contentamos con trazar la línea literaria de la institución y la actuación de los Doce en cuanto colegio.

A) Los Evangelios

1) Elección de los Doce apóstoles (Mt 10,2; Lc 6,13). Doce «para que fuesen sus compañeros y para enviarlos a predicar» (Mc 3,14).

2) Misión de los Doce discípulos (Mt 10,1; Mc 6,7; Lc 9,1).

3) En la crisis galilea, Jesús dice a los Doce: «¿Queréis también vosotros dejarme?» Respondióle Simón Pedro: «¿A quién vemos a ir?... Nosotros hemos creído...» (Io 6,67-68). «Simón Iscariote, uno de los Doce » (Io 6,71).

4) La tercera predicción de la pasión se hace «tomando aparte a los Doce» (Mt 20,17; Mc 10,32; Lc 18,31).

5) Con motivo de la petición de la madre de los Zebedeos, los dos primeros evangelistas hablan de los otros diez (Mt 20,24; Mc 10,41).

6) En la última cena se puso a comer con los Doce (Mt 26, 20; Mc 14,17), con sus apóstoles (Lc 22,14).

7) Judas (Io 6,71; Mt 26,47; Mc 14,43; Lc 22,47) y Tomás (Io 20,24) tienen la particularidad de ser uno de los Doce.

8) Cuando muere Judas, se empieza a hablar de los Once (Lc 24,33; Mc 16,14; Mt 28,16). «Los Once» se distinguen de todos los demás. Es significativa la frase de Lc 24,33: Los Once y sus compañeros. «Los Once» reciben la misma misión de Jesús (Mt 28,16s; Io 20,21-23).

Los Doce primero y los Once después forman un grupo particular dentro del general de los discípulos. Han sido escogidos especialmente por Jesús para que estuvieran permanentemente con él, para que predicasen y obrasen milagros. Después del tránsito de Jesús, los Doce quedan como vicarios suyos en la tierra, con su misma misión y revestidos de sus poderes mesiánicos:

«Como el Padre me envió, así yo os envío» (Io 20,21).

B) El libro de los Hechos

La línea de los Doce se mantiene en el libro de los Hechos para ser mejor definida en su esencia y en su actuación:

1) Con motivo de la elección de Matías, tenemos las siguientes características:

a) Los apóstoles se siguen distinguiendo de entre el común de los fieles, que son unos ciento veinte (cf. Act 1,15.17. 20-22).

b) El apostolado es definitivo como «ministerium», «diakonia» y «episcopatum» (Act 1,17.20) que debe permanecer y pasar al sucesor de Judas. No de manos de Judas, que ha muerto, sino directamente de manos del Señor, a quien se hace la oración para que él revele aquel a quien él ha elegido para recibir «el ministerio» (diakonia) y «el apostolado» (v.24-25) que abandonó Judas.

Tres nombres definen el cargo de los Doce: apostolado, ministerio y episcopado. A la elección de los primeros precedió la oración personal de Jesús; ahora precede la oración de los propios discípulos. La elección viene del mismo Jesús. Por el rito de las suertes se pretende conocer aquel que Jesús mismo ha elegido.

c) Las cualidades que se exigen para el sucesor corresponden al fin del cargo: debe haber acompañado a Jesús desde el bautismo hasta la Ascensión, porque debe ser «testigo de la resurrección juntamente con los otros once». La función esencial es la de dar testimonio colectivo, colegial, nobiscum. Por esto se dice al final: adnumeratus est Undecim Apostolis (Act 1,26).

Así queda expuesto el carácter colegial del apostolado, no sólo por el nombre (los Once, los Doce), separado del común de los fieles (los ciento veinte hermanos), sino también por el fin y función colegial: dar testimonio a una con nosotros acerca de la resurrección de Jesús.

2) La actuación colegial de los Doce adquiere un relieve singular e histórico en el resto del libro de los Hechos:

a) El día de Pentecostés, Pedro se levanta con los Once. El autor del libro le hace hablar en plural y respaldado por la presencia de los Once, que están de pie a su lado para testificar y confirmar cuanto él dice (2,14). Porque el discurso de Pedro es como si lo hubieran pronunciado los Doce, la turba que lo escucha se dirige a Pedro y a los demás apóstoles (2,37). Los convertidos perseveran en la doctrina de los apóstoles y los milagros se hacen por los apóstoles (2,42-43).

b) Toda la escena del paralítico de la puerta Especiosa se desenvuelve «colegialmente» en lo que tiene de hechos y de palabras. Pedro no obra individualmente, sino en nombre de su compañero Juan (3,1.4.5.8.11.12.15). Las consecuencias del milagro también se exponen en la línea colegial (4,1-3.9.13.16. 19.20).

c) A medida que crece el número de los fieles se especifica mejor la actuación de los apóstoles, que es siempre colegial: como testimonio, como gobierno y como realización de milagros (4,12.18.21.25.29.32.33.40.42). La actuación gubernativa se refleja en la administración de los bienes que renuncian los fieles (4,34.36.37; 5,2) y en la elección de los siete. Los Doce convocan a la muchedumbre (5,2) para que ella presente a siete (5,3.5). Los Doce son los que luego constituyen en dignidad, poniendo las manos a los siete presentados (5,3.5).

d) La actuación directiva de los apóstoles se manifiesta con motivo de la conversión de Samaria y Antioquía. La actuación es siempre colegial. Los apóstoles conocen que Samaria ha recibido la fe y envían a Pedro y a Juan (8,14). La actuación de Pedro y de Juan es también común. Los dos hacen oración e imponen las manos; los dos enseñan (8,15.25).

En el caso de la conversión de Antioquía no se habla expresamente de los apóstoles, sino de la Iglesia de Jerusalén. La Iglesia de Jerusalén es la que es informada y ella es la que envía a Bernabé (11,22).

e) Como último caso de actuación colegial de los apóstoles registremos la presentación que hace Bernabé a los apóstoles: Saulo es presentado por él a todos los apóstoles (9,27). Poco después, en casa de Cornelio, Pedro no habla como particular, sino en nombre de los Doce (10,39.41.42). Aunque habla él solo, se apoya en el testimonio colectivo de los Doce, haciendo también memoria de la orden de predicar y dar testimonio que recibieron los Doce. Lo más llamativo de este episodio es que Pedro se siente obligado de explicar su conducta a los apóstoles y a los hermanos de Jerusalén (11,1).

f) Pablo, en sus viajes apostólicos, cuida muy bien de actuar en unión con los apóstoles de Jerusalén. En Antioquía se resuelve de modo colegial que Pablo y Bernabé suban a Jerusalén, «a los apóstoles y a los presbíteros» (15,2). En Jerusalén son recibidos por la Iglesia, los apóstoles y los presbíteros (15,4). Nótese el triple artículo con función enfática. Para resolver el problema que plantean los enviados de la Iglesia de Antioquía se reúnen «los apóstoles y los presbíteros» (15,6). El resultado final fue que pareció bien a los apóstoles, a los presbíteros y a toda la asamblea elegir una comisión que fuera a Antioquía con Pablo y Bernabé (15,22). Llevan una carta que firman «los apóstoles y los presbíteros» (15,23). En ella se afirma que los perturbadores de Antioquía no llevaban misión oficial (15,24). Los de ahora sí la llevan: placuit nobis. Los de ahora van escogidos y enviados por nosotros (15,25.26). Frente a la misión anterior, que no era oficial ni auténtica, ahora se habla de otra misión auténtica y oficial. La misión oficial la componen Judas y Silas, dos miembros beneméritos de la Iglesia de Jerusalén (15,27). Judas y Silas van en nombre de la autoridad central de Jerusalén, que es la que habla en la carta y la que interpreta y ordena (15,28).

Terminada la misión de Judas y de Silas en Antioquía, el primero se vuelve a Jerusalén; el segundo prefiere quedarse en Antioquía, para ser en adelante fiel compañero y colaborador de Pablo (15,34).

Este ejemplo es muy significativo para la historia bíblica del centralismo jerárquico cristiano, de la actuación colegial y de la misión oficial, que se extiende a miembros que ya no pertenecen al grupo de los Doce, como son Judas y Silas. Tenemos también un ejemplo de la que hoy llamamos misión canónica, como contradistinta de la misión no canónica, y que recae sobre dos miembros que no pertenecen al colegio de los Doce, aunque son profetas.

En su segundo viaje apostólico, «Pablo y Silas» irán promulgando «los preceptos» de los apóstoles y presbíteros de Jerusalén (16,4).

II. La sucesión en general

La idea de sucesión en general está implícita en la elección misma que hace Cristo de los Doce para una misión de proporciones universales y duraderas hasta el fin de los siglos. Si Cristo confía a los Doce una misión que trasciende los límites acortados de la personal e individual existencia, es claro que su intención es que a los Doce sucedan otros indefinidamente hasta el fin de los siglos. La Iglesia debe durar hasta el final, con una misión santificadora y continuadora de la misma misión mesiánica de Jesús. Los sucesores de los Doce, con poderes más o menos recortados o extensos, no deberán faltar nunca. En los Evangelios existen indicios de la sucesión, que se presupone y entrevé latente. En el libro de los Hechos la sucesión es tangible como una realidad viviente. Y lo mismo vale para las cartas de San Pablo.

A) Los Evangelios

1) La elección y la misión de los Doce no es exclusiva en los Evangelios. Se habla en ellos también de una elección y misión de más amplias proporciones: la misión de los setenta y dos discípulos (Lc 10,1), operarios de la mies del Señor (Lc 10,2). También ellos deben predicar y curar a los enfermos (10,9). Esta misión, al mismo tiempo que destaca la elección de los Doce, prueba también la variedad de los miembros jerárquicos en el cuerpo de la Iglesia, como la fundó Cristo.

2) En la misión final de los Doce hay implícita una sucesión de los mismos, una proyección ilimitada de poderes jerárquicos. La misión de los Doce es universal, con extensión de naciones y de tiempo. «A todas las gentes». «Hasta el fin de los siglos». Ahora bien, los Doce no pueden personalmente abarcar esta extensión ilimitada. Se imponen, pues, otros que, revestidos de sus poderes y de su misión, bauticen, prediquen y enseñen. La sucesión está implícita, pero muy clara.

B) Los Hechos de los apóstoles

Aunque se prescinda de la idea y práctica de la sucesión dentro del judaísmo, que es el seno en donde nace la Iglesia, el libro de los Hechos nos da la tesis de la sucesión jerárquica de una manera vital e histórica.

1) El problema de la sucesión se plantea desde el primer día con motivo de la desaparición de Judas (Act 1,15-26). Pedro ha comprendido que la misión y los poderes transmitidos por Jesús a los Doce deben permanecer, aunque las personas individuas vayan desapareciendo. Su primera actuación como cabeza de los Doce es la de proveer a la sucesión de Judas. Lo interesante es que, después de la Ascensión de Cristo, de su actuación directa y visible, una persona nueva entra a formar parte del colegio. El colegio permanecerá, aunque mueran las personas particulares.

La oración y el rito de las suertes sirve para conocer la elección divina. Existe distinción entre «ministerio, episcopado, apostolado» y personas. Ha cesado una persona concreta, pero su ministerio, su episcopado y su apostolado no puede cesar. Debe recaer sobre otra persona. Pasa la persona, pero el cargo y el oficio no pasa, sino que permanece. Pedro considera «la sucesión» como plan de Dios. Este es el valor bíblico que tiene el verbo «conviene»: (Act 1,16.21) «Conviene que otro suceda...». Dios lo quiere. La sucesión pertenece a la economía divina, al derecho divino.

2) La historia de Pablo, que se equipara a los Doce (1 Cor 9,1; 15,8.9), abre un gran paso en la historia de la sucesión. Pablo no sucede a ninguno, pero entra en el colegio de los Doce porque el número no es clausus. Pablo viene a hacer el número trece. El número es accidental. Lo esencial es el colegio. Pablo entra en la función apostólica antes de la muerte de Santiago el Mayor y nunca se relaciona su ingreso con la defección de ningún otro apóstol. Pablo ha sido escogido personalmente por el Señor y ha visto al Señor. Es testigo de la resurrección y ha recibido misión de testimoniarla.

3) La elección de los siete, conocidos vulgarmente con el nombre de diáconos, es un nuevo paso en la historia de la sucesión. Los Doce no pueden atender a todas las funciones rectoras; porque su función principal es el ministerio de la palabra (Act 6,2). Entonces proponen a la comunidad que señalen siete. Y ellos les imponen las manos y los constituyen delegados suyos, dándoles parte de su ministerio. Sin que haya sucesión propiamente tal, hay aquí comunicación y transmisión de poderes mediante el rito de la imposición. Hay separación del común de los fieles para un determinado cargo a favor de la comunidad. Esta separación se hace por la legítima autoridad apostólica y por un rito determinado (6,2-5).

Aunque la elección de los siete parece hacerse en orden al servicio material de las limosnas, de hecho tiene un fin más amplio y espiritual, pues los vemos actuando en el plano de la predicación y de la administración del bautismo. Recuérdese la historia de Esteban y de Felipe (8,36-38). Entre los siete no figura Ananías, cristiano de Damasco, que impone las manos a Pablo, lo cura de la ceguera y lo llena del Espíritu Santo (9,17), para todo lo cual ha recibido encargo especial de Jesús (9,18). Bernabé tampoco figura entre los siete y, sin embargo, está en relación con los Doce. El presenta a Pablo en Jerusalén (9,27), luego es enviado oficialmente por la Iglesia de Jerusalén para visitar a los conversos de Antioquía (11,22). Misión de inspección o episcopal, de predicación. Misión oficial.

4) Al lado de los apóstoles encontramos a los presbíteros entre los años 40 y 50. Si al principio vemos que los bienes se entregaban a los apóstoles, ahora vemos que Pablo y Bernabé los entregan a los presbíteros (11,30). En los años 49-50, los presbíteros figuran al lado de los apóstoles, cuando ya Pablo y Bernabé habían vuelto de su primer viaje apostólico y habían puesto «presbíteros» al frente de las Iglesias que iban fundando (14,22).

En Antioquía vemos que hacia el año 44-45, cuando empieza el primer viaje apostólico de Pablo, los profetas y doctores, en un acto litúrgico, reciben orden del Espíritu de «separar a Pablo y a Bernabé». Hacen oración, les imponen las manos y luego los dos elegidos parten para su misión. Estos doctores y profetas de Antioquía no habían nacido por generación espontánea. Recuérdese cómo la Iglesia de Antioquía había sido visitada por una misión oficial de la Iglesia madre de Jerusalén. En Antioquía existía una jerarquía con poderes de gobierno, de santificación y magisterio en comunión y subordinación a los apóstoles de Jerusalén.

Pablo, en su último viaje apostólico, convoca en Mileto a los presbíteros de la vecina ciudad de Efeso y les encarga que miren «por todo el rebaño», porque el Espíritu Santo los ha puesto como obispos para regir la Iglesia de Dios (20,29). Su misión es velar por la verdad de la doctrina. Los presbíteros de Efeso son una autoridad episcopal y magisterial, subordinada a Pablo, que existe en vida de él y que debe continuar parte de su misión después de su muerte.

Todos estos casos nos van mostrando de una manera vital y dispersa cómo, a medida que la Iglesia iba creciendo, la autoridad de los apóstoles se iba extendiendo también a determinadas personas, arrancando siempre, en una forma o en otra, de los propios apóstoles. Si mientras ellos viven no existe propiamente la sucesión, sí existe la comunicación de poderes para el gobierno, el magisterio y la administración de los sacramentos. Los apóstoles no podían por sí mismos atender a todos y a todas partes.
III. La sucesión en particular

Hemos visto la sucesión de los poderes apostólicos en general. Veamos ahora las personas concretas en quienes los Doce reparten sus poderes, qué clases de poderes comunican y, por último, los vestigios bíblicos del actual obispo monárquico.

1) Los Primeros que entran en la participación de los poderes apostólicos por medio de la imposición de las manos son los siete, que llamamos diáconos (Act 6,2-6). Dos fueron notables evangelistas o predicadores del Evangelio: San Esteban y San Felipe (6,8-10; 8,35).

2) Por orden cronológico vienen después los presbíteros de Jerusalén. Figuran al lado de los apóstoles con verdadera autoridad y como centro de unidad y tradición. Pablo y Bernabé entregan las limosnas a los presbíteros (11,30). En este caso no se menciona a los apóstoles. En la controversia de los judaizantes, Pablo y Bernabé son enviados por la comunidad de Antioquía a los apóstoles y a los presbíteros (15,2), que actúan en el Concilio de Jerusalén al lado de los apóstoles (15,4.22.23). ¿Quiénes eran estos presbíteros? Al final del tercer viaje de Pablo acuden todos los presbíteros a casa de Santiago (21,18). Poco antes Pablo había convocado a los presbíteros de Efeso. Es decir, que los presbíteros estaban por debajo de los apóstoles, pero participaban parte de su misión: la de regir, la de enseñar, la de vigilar, como guardianes de la grey (Act 20,28.30). Parece que presbítero es nombre de dignidad y obispo nombre funcional. Los dos se refieren a las mismas personas (cf. Act 21,17.28). Eran los más cercanos a los apóstoles. Muertos ellos, quedan al frente de las Iglesias.

3) Los profetas y maestros.—En Antioquía hay cinco profetas y maestros. Entre ellos, Bernabé y Pablo (Act 13,1). No son simples carismáticos, sino ministros investidos de una función litúrgica por lo menos (13,2). La expresión que usa el texto es la misma que emplean los LXX para expresar las funciones sacerdotales en el templo. A ellos se les comunica el Espíritu, y ellos imponen las manos sobre Bernabé y Pablo para renovar o aumentar la gracia recibida en la primera consagración (13,3).

En Corinto, los profetas y doctores aparecen después de los apóstoles (1 Cor 12,28). A su lado están también los que gobiernan o dirigen el timón de la nave cristiana, si queremos mantener el matiz del término griego (1 Cor 12,28).

En Tesalónica existen los que trabajan, presiden y amonestan a los fieles (I Thess 5,12). Son los pastores y maestros de la Iglesia de Efeso (4,11). «La presidencia» debe decir relación con las asambleas litúrgicas que se mencionan en I Cor.

En Filipos hay una clara distinción entre los simples fieles y los obispos y diáconos (1,1).

En la carta a los Romanos (12,6-8) se habla de los profetas, de los ministros, de los maestros y de los que presiden, como funciones diversas.

En suma: los cargos y las funciones eclesiásticas existen claramente en tiempo de los apóstoles y recaen sobre personas determinadas entresacadas del común de los fieles. Los nombres cambian, pero la triple función de magisterio, de gobierno y de santificación es siempre constante, corno participación de la misión y del poder conferido a los apóstoles.

4) Los apóstoles.—En la terminología paulina, este nombre tiene una extensión mayor que en los Evangelios. Designa a los Doce (Gal 4,19; 1 Cor 15,1-11), al propio Pablo (1 Cor 1,1; 2 Cor 1,1; Eph 1,1; Col 1,1; Gal 1,1; Rom 1,1) y a Silvano y Timoteo (1 Thess 2,7).

En Rom 16,7 se llama apóstol a Andrónico y a Junias: «apóstoles muy señalados». Existen también los «apóstoles de Cristo» (2 Cor 11,13), distintos de los Doce y que se contraponen a los «pseudoapóstoles». Esto quiere decir que el nombre de apóstoles ha ido adquiriendo un sentido amplio, como el de profetas, doctores y taumaturgos. Dios ha constituido primero apóstoles; luego, profetas y doctores (1 Cor 12,28; Eph 4,11).

San Pablo se ha ido escogiendo diversos colaboradores con quienes reparte sus poderes, y así se explica que a veces les dé el mismo nombre de apóstoles. Anuncian como él a Jesucristo (2 Cor 1,19), poseen la capacitación divina, que los hace dignos ministros del Nuevo Testamento (2 Cor 3,5-6). Todos son legados de Cristo (2 Cor 5,20).

Al mismo tiempo son delegados del propio Pablo. Por eso los envía a diversas Iglesias en su nombre. Así a Timoteo (1 Thess 3,2; 1 Cor 16,10), a Tito (2 Cor 8,23), a Tíquico (Eph 6,21; Col 4,7). Cuando Pablo se siente cercano a la muerte, el papel de sus delegados toma más importancia. Ellos van a quedar en su lugar con toda la autoridad y responsabilidad necesaria para continuar la obra apostólica y el gobierno de las diversas Iglesias. En las pastorales, los legados de Pablo aparecen fundando y organizando comunidades. Tienen poder incluso sobre los presbíteros y los diáconos. Siempre al dictado de Pablo y con la consigna de mantener «el depósito de la doctrina». Timoteo y Tito poseen los auténticos poderes que hoy ejerce el obispo monárquico. Tienen autoridad de magisterio, de gobierno y pueden hasta ordenar (2 Tim 2,2), como lo ha hecho Pablo (2 Tim 1,6). En vida de Pablo no aparecen adscritos a una determinada Iglesia, sino a disposición del Apóstol. Se podrían llamar obispos auxiliares o coadjutores del propio Pablo.

5) Los obispos.—En la Iglesia de Filipos existen «obispos» y «diáconos» (1,1). Los presbíteros de Efeso son también obispos (Act 20,17.28) y tienen como misión ser pastores de la Iglesia (Act 20,28). Esta misma función se relaciona con el magisterio en Eph 4,11, donde los «maestros» son llamados «pastores». Parece, pues, que existe cierta equivalencia entre estos diversos términos: «presbíteros, maestros, obispos y pastores». En todos estos casos, los obispos van en plural. En las cartas pastorales se habla en singular del «obispo» (1 Tim 3,1-7; Tit 1,7-9) y en plural de «los presbíteros y diáconos». Por otra parte, vemos que las cualidades del obispo son las mismas que las de los presbíteros (Tit 1,5-6). En efecto, después de enumerar las cualidades que deben tener «los presbíteros», se resume todo diciendo que «el obispo» debe ser (Tit 1,7). Parece, pues, que los presbíteros se identifican con el obispo.

Con todo, algunos los distinguen: primero, porque el obispo va siempre en singular en las cartas pastorales. Segundo, porque las cualidades y las funciones del obispo parecen sobrepasar a las de los presbíteros. Tercero, porque el obispo representa a toda la Iglesia, especialmente con relación a los de fuera. Así se explica que algunos hayan creído que el obispo era el presidente de todo el cuerpo presbiteral, afirmación que no es fácil demostrar ni refutar. En todo caso es cierto que tanto Timoteo como Tito están siempre por encima de los presbíteros, del obispo y de los diáconos. Ellos encarnan al actual obispo monárquico.

6) Santiago, el hermano del Señor.—En Jerusalén aparece siempre como suprema autoridad local Santiago, el hermano del Señor. Es el caso más claro del obispo residencial. No es tan claro que se trate de uno de los Doce, como generalmente se afirma, o de un simple pariente del Señor elevado a la dignidad episcopal. Nosotros creemos que era realmente uno de los Doce. Sólo así se explica la autoridad que ejerce en medio de los mismos Doce. El respeto que le tenía el propio San Pedro. Sin hablar de San Pablo, en cuya psicología e historia apostólica pesa tanto.

La razón que suele alegarse para excluir a Santiago del colegio de los Doce está tomada de Io 7,5 y de Mc 3,21. Los Doce vienen contrapuestos a los parientes del Señor. Los Doce, se dice, creían en Jesús. Los parientes no creían. Preguntamos nosotros: ¿cómo debe entenderse el sujeto de los que creen y de los que no creen? No se puede demostrar que el Evangelio afirme que los Doce creían sin excepción, ni que los parientes no creían sin excepción. Basta para explicar el texto sagrado que la mayor parte de los Doce creyeran y que muchos de los parientes no creyeran.

7) El ángel de la Iglesia.—En el libro del Apocalipsis, las siete Iglesias están simbolizadas por los siete candeleros, entre los cuales aparece el Hijo del Hombre. Los ángeles de las Iglesias se simbolizan por las siete estrellas que lleva Cristo en su mano derecha (1,20).

¿Quiénes son estos ángeles? Desde luego, no se trata ni de los mensajeros o legados que envían las Iglesias ni de los que se envían a las Iglesias. Todo hace pensar que se trata de los jefes que presiden y representan a las Iglesias. San Agustín los identifica con el obispo residencial. Le siguen muchos exegetas. El Apocalipsis se inspira en el libro de Daniel, donde los superiores son llamados ángeles (Dan 12,3). En Malaquías 2,7 el sacerdote es llamado «ángel del Señor de los ejércitos».

Conclusión

En la Iglesia, como se refleja en la historia bíblica, existen diversidad de nombres para expresar la autoridad sagrada que encarnan determinados miembros entresacados del común de los fieles. Al lado de los Doce, que poseen la plenitud de la autoridad mesiánica, están los otros llamados apóstoles, que controlan a los obispos, presbíteros y diáconos. El que más semejanza tiene con el obispo actual es Santiago, hermano del Señor. Si no pertenecía a los Doce, tenemos aquí un ejemplo claro del obispo residencial. Los ángeles de las siete Iglesias también nos orientan hacia el obispo monárquico. Los Doce han repartido entre sus colaboradores los poderes que no eran puramente personales y que, por su misma naturaleza, debían permanecer en la Iglesia: gobierno, magisterio y santificación.

El origen de la Biblia


EL ORIGEN DE LA BIBLIA

La Biblia, ese libro maravilloso del cual se han impreso más ejemplares que de ningún otro libro sobre la tierra y del cual existen traducciones en casi todas las lenguas existentes. Libro que ilumina a la humanidad y fortalece a quien lo lee y medita.

¿Cómo llegó a nosotros? ¿Cómo se formó? ¿Por qué tiene 73 libros y no 80 ó 50? ¿Cómo sabemos que esos son los libros y no otros? ¿Cómo sabemos que es Palabra de Dios?

Algunas personas contestan, bueno para mí es palabra de Dios porque me emociono cuando la leo, pero otras personas leen libros de otra índole y también se emocionan. La emoción entonces no es señal de inspiración necesariamente.

Para contestar estas preguntas, debemos primeramente remontarnos a los tiempos de Jesús. Cuando El vino a nosotros y durante su vida pública, Jesús se dedicó a predicar y a enseñar. Escogió a los 12 apóstoles y fundó una sola Iglesia católica (Ver Tema“La Iglesia de Cristo”) (Mateo 16,18) a la que le otorga poderes espirituales específicos.

El Señor no escribió nada excepto aquellas palabras sobre el polvo en Juan 8,8.

Una vez el Señor ascendió a los cielos, la Iglesia Católica se esparció por todas partes enseñando a su vez todo lo que el Señor les dijo. Era una enseñanza oral, (Ver Tema Tradición) no había nada escrito.

Conforme se iban desarrollando las comunidades cristianas, se fueron presentando situaciones que requerían la intervención de algún apóstol para aclarar, moderar o atender aspectos de diversa índole. Como era difícil estar en muchos lugares, recurrieron a las cartas. San Pablo empieza con las suyas y gradualmente otros hacen lo mismo. Ninguno de ellos pensó nunca que sus escritos podían llegar a ser parte de la Biblia.

La comunidad iba experimentando la necesidad de contar con relatos que contuvieran los hechos y palabras de Jesús. De este modo unos 10 años después de la ascensión del Señor, aparece el evangelio de San Mateo seguido del de Marcos y luego Lucas. El de San Juan se escribe a finales del siglo primero. Sin embargo muchos otros también escribieron relatos más o menos parecidos a estos evangelios pero que mezclaban hechos probablemente reales con otros fantasiosos. Estos escritos circulaban en las comunidades mezclados con los que después formarían parte de la Biblia.

Apreciamos claramente que aunque la Biblia completa todavía no existía, (Antiguo y Nuevo Testamento) sin embargo la Iglesia si. En otras palabras, la Iglesia existía antes que la Biblia.

Miles de personas se hicieron cristianos a través de la predicación y enseñanzas de apóstoles y misioneros de Cristo creyendo en las mismas verdades que nosotros creemos hoy en día, sin leer o contar con los libros del Nuevo Testamento porque estos simplemente no existían aún.

Este era el panorama durante los primeros 400 años de Iglesia. En esa época existían listas de personas muy santas y doctas que tenían opiniones sobre cuales eran los libros que ellos creían que debían formar parte de la Biblia.

La Iglesia, con la autoridad que Cristo le otorgó en Mateo 16,18-19 (ver Tema “Interpretación de la Biblia”), se reúne en los concilios de de Hipona, en el año 393 y el de Cartago, en el año 397 y 419 y establece la lista o canon, 46 libros para el Antiguo Testamento y 27 para el Nuevo Testamento.

La carta del Papa S. Inocencio I en el 405, también oficialmente lista estos libros. Finalmente, el concilio de Florencia (1442) reitera la lista oficial de 46 libros del Antiguo Testamento y los 27 del Nuevo Testamento.
Entre los criterios para aceptar o no los libros fue que tuviese como autor a un Apóstol o a un discípulo directo de un apóstol; su uso, especialmente en la liturgia en las Iglesias Apostólicas y la conformidad con la fe de la Iglesia.
Así fueron reunidos y preservados por la Iglesia los libros que conforman la Biblia: 73 en total.
Libros que eran disputados, reconocidos por algunos y rechazados por otros, fueron aceptados, como por ejemplo, la epístola de Santiago, segunda carta de San Pedro, segunda y tercera de San Juan, carta a los Hebreos y el Apocalipsis de San Juan. Hubo dudas fuertes y que sin embargo una vez definido por la Iglesia, estos libros fueron aceptados por la autoridad de la Iglesia, en lo sucesivo como inspirados por Dios por el pueblo cristiano.
De esta manera queda fijada infaliblemente la lista de los libros que forman la Biblia.
Todas las versiones de la Biblia que existen hoy, tienen en su nuevo Testamento 27 libros. Los mismos que utilizan algunos grupos para atacar con ellos a la Santa Madre Iglesia, sin saber que a ella le debemos esos libros.
Esta misma Iglesia a la que le reconocen infalibilidad al establecer los libros de la Biblia y que no se la reconocen en otros temas. Como si Dios le hubiera concedido una facultad temporal en una sola ocasión y no para otras.
La Iglesia existía antes de la Biblia, ella la escribió, seleccionó sus libros y ella la preservó. Por medio de ella conocemos con certeza que cosa es Palabra de Dios y que cosa no lo es. Ella es la única que puede interpretarla.

La Biblia nace de la Iglesia y no la Iglesia de la Biblia.

A la pregunta entonces de ¿Cómo saber que ella es Palabra de Dios?

Contestamos que lo sabemos porque la recibimos de la Iglesia.

Si la Iglesia nos hubiera dicho que en vez de 27 libros del Nuevo Testamento, eran 30, hoy creeríamos eso.

San Agustín lo dice de la siguiente manera:

“Creo en la Biblia porque me la dio la Iglesia”